20 May
20May

ELLA ERA MADRID

Por Luis Valadez B. 

Cuando vives en Madrid, parece que siempre estás en el mismo día, que siempre pasan las mismas cosas; las mismas personas ajetreadas al trabajo en la mañana, los mismos señores discutiendo de política con un café amargo en mano u otros leyendo el periódico, los niños que juegan en el parque y los perros que pasean libremente sin dueño por las plazas. Los mismos olores, los mismos sabores, los mismos colores y tal parece que Madrid es la misma cada amanecer, cada atardecer y cuando cae la luna en la Avenida Central. Pero cuando llevas 45 años viviendo cada sensación de esta ciudad, te das cuenta que “ordinario” es el peor calificativo para describirla, o al menos tuve la fortuna de poderlo comprobar.

Un día de Junio: 

Mi papá era un amante de los libros y la lectura, amaba más sus libros viejos, que tenía minuciosamente guardados en un almacén, que él mismo había hecho años atrás, que a mi propia madre, y lo pude comprobar un día en el que mi papá me recogió de la escuela y tomamos el tren de Hamburgo a Madrid y sin que yo pudiera cuestionarle porque apenas era un simple niño, más tarde supe que mi mamá estaba cansada de papá y que una noche antes había decidió abandonarlo a él y a mí y vivir su vida.  –Tranquilos, emocionalmente la perdoné- Pelearon porque no le ayudaba a cubrir los gastos de la casa y siempre le reprochaba que viviera pasmado, lejos de la realidad en la que se le exigía y siempre anduviera fantaseando en que un día pudiera volver a Madrid, a San Isidro, el barrio en el que creció y donde puso su primera librería que más tarde cerró por seguir a mamá. 

Cuando llegamos a Madrid yo apenas tenía 4, recuerdo la cara de tristeza, esos ojos hundidos, la boca pequeñita pequeñita y eso ánimos tan miserables de papá, al bajar de la estación Planetaria 3, pero que a pesar del viaje gris, me tomaba con fuerza de la mano y me repetía una y otra vez que todo estaría bien. Fueron 2 meses muy difíciles, entre volver a readaptarnos, pero esos momentos te das cuenta de lo grande y poderosa que  puede ser la familia.
 Un año después mi papá había conseguido reabrir su librería, está vez más grande y en una mejor ubicación, todo después del esfuerzo que hizo, y claro, con un pequeño préstamo, pero ahí estaba, una de las librerías más bonitas en Plaza Jardines; donde conectaba a dos de las Avenidas más importantes y las cafeterías, comercios y restaurantes eran el bastión cultural del centro, sus barrios estaban llenos de vida y a lo lejos se escuchaba una mujer cantando ópera en el balcón cada mañana y minutos más tarde, un viejo tocando el piano en la acera, lo que para los transeúntes era un espectáculo gratuito mañanero, una forma diferente de despertar.
“Librería Suspiro” se veía en el anuncio en lo alto del establecimiento, porque según papá, era lo que te robaba y te regalaba la lectura, así de irónica era, -“cuando uno acaba un libro, una parte de su alma le pertenece al libro, pero el libro le regala una parte de él, un suspiro”-, me lo decía cada vez que me leía en mi cuarto un capítulo de algún libro.

Fue un negocio familiar exitoso, mi papá era un máster en ventas y yo le aprendía algunos trucos. Después de la escuela, iba siempre a ayudarle, limpiaba y sacudía estante por estante y una que otra vez los hojeaba y me imaginaba la trama, un final alterno y lo escribía más tarde en una libreta. Case, el ayudante de papá, me animaba a que escribiera más historias pero es que, en realidad, a mí no me parecían tan buenas. Case era un hombre delgado, pálido, con una sonrisa muy honesta y que manejaba un pequeño carro azul en el que siempre venía acompañado de una dama. Case era de esos  que piensas que en  un aironazo saldrá volando junto a la hojas de papel, siempre vestía de overol y boina, de los hombres que da la pinta de haber nacido en otra época y que en la que vive le queda muy pequeña, tenía una facilidad de palabra increíble, no le podrías cortar la plática ni aunque le taparas la boca, me contaba demasiadas historias cuando ordenábamos los nuevos pedidos, algunas de corridas de toros en San Fermín, otras de cuando fue a África de vacaciones en las que se perdió por una semana entera en una reserva ambiental llena de lo más feroces animales o cuando casi muere escalando el Everest. Entre las tantas historias y las incontables lecturas por escoger en la librería, a uno se le termina por convencer de que no hay mejor realidad que la que no puedes controlar, pero si crear.

Cuando ya rozaba los 20, mi tiempo en la librería era cada vez mayor, papá ya estaba cansado, así que tomaba todo el día en el negocio. Atender a los clientes era una de las cosas más interesantes que me pudieron pasar, cada persona era un libro diferente y otras tantas eran el mismo pero en diferentes capítulos, llegaban muchachos pidiendo el libro que su novia les había pedido para su regalo de cumpleaños, niños buscando historias de Julio Verne o señoras por alguna historia romántica. Un 27 de Marzo, lo recuerdo perfectamente, cuando las jardineras y las Jacarandas florecían en la Plaza Jardines, entre mucho clientes que llegaban a la tienda, llegó una chica muy particular, algo desorientada, con la mirada pérdida. La vi entrar en la tienda y mientras yo apuntaba unos pedidos, ella ya había dado 3 vueltas a todo el lugar sin, al parecer, haberle convencido de algún libro. Decidí ayudarle, -¿Qué puedo ofrecerle?- dije motivado. –No suelo leer mucho-, me dijo, -Y quiero empezar con algo simple, emocionante y algo dramático. De lectura simple pero que te ponga a pensar y que antes de pasar de página te imagines otro hilo- Quedé en blanco, usualmente no es algo que te imagines que alguien “sin experiencia lectora” te vaya a pedir. –Vaya, esto va estar difícil, pero tengo algo- le dije mirándole fijamente a los ojos, mieles por cierto. –Acompáñeme, es por aquí- le dije tomándole el brazo, cruzamos el estante de Historia, Ciencia Ficción, hasta llegar al de los “Libros Olvidados”, esos que casi nadie sabía y resultaban una joya. –Tome, este es el indicado- A la misma vez que señalaba la portada, “El prisionero del cielo” de Carlos Ruíz Zafón. –Le va a convencer de cualquier manera, le gustará tanto que deseará 10 libros más, tiene de todo, créame, es mi mejor recomendación. Me miró fijamente e hizo una mueca, mordió sus labios, tal como lo vería repitas ocasiones después, -Haré caso a su recomendación… Por esta vez- y sonrió y yo tuve el placer de verla. Fuimos al escaparte para ponerle el sello y embolsarlo, cuando alguien de afuera gritó un nombre y ella salió por un momento, así que un impulso de creatividad decidí dejarle una nota en la primera hoja, algo que nunca había hecho antes y que no estaba permitido, pero es que esa mujer me volvió loco y romper las reglas por primera vez era tentador. Tome un bolígrafo y comencé a escribir, torpemente por los nervios de que en cualquier momento pudiera entrar de nuevo:

“No te conozco, pero me encantaría. No acostumbro a hacer esto, pero me has inquietado demasiado que siento que te eh visto antes pero no lo sé, de lo que sí estoy seguro es que no quiero que pase otro día, porque probablemente me volveré loco. No te conozco, pero me déjame tener ese placer…”

Y mi nombre en la esquina de la hoja. Tenía el pulso tan desordenado como mis letras, pero volví a poner todo en orden. Pasaron algunos minutos y que ella no volviera por el libro me desconcertó, salí a la calle y no había rastro de ella, desapareció. Pregunte a los vecinos si la habían visto, -Estatura media, pelo castaño y cara afilada, tenía una mochila verde- les repetía, pero nada, nadie supo decirme que fue lo que pasó, solo despareció… Recordaré ese día, 27 de Marzo, con un sol cálido pero con viento refrescante, ese 27 de Marzo en el que un guitarrista tocaba en la banqueta y los viejos jugaban dominó, ese 27 de Marzo tan perfecto en mi mente por que fue el día en el que decidí hacerle frente a mis miedos y hacerle caso a mis convicciones y comencé a buscarla, no a cualquier persona, a una totalmente desconocida, no a cualquier chica, una que despertó cosas nuevas en mí, nuevas sensaciones, nuevos placeres, nuevas vivencias y aunque eran las mismas cada día, ella las hizo diferente, tenía esa magia, como Madrid, ella era Madrid, lo supe cuando la busqué y más aún cuando la encontré…

Pero eso, es otra historia.

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